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Los hermanos Karamázov
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La Luz, Siloé

INTRODUCCIÓN


Siloé: Xavi Road (izquierda) y Fito Robles (derecha)
Siloé: Xavi Road (izquierda) y Fito Robles (derecha)

Se podría decir que el primer gran cambio en la música rock tuvo lugar un 30 de septiembre de 1966, día en el que un joven y desconocido Jimi Hendrix tuvo las entrañas necesarias para subirse al lado de los Cream a tocar, con frenéticos dedos, la versión de Killing Floor que haría abandonar el escenario a un turbado Eric Clapton. Honrando a Nietzsche, Hendrix había matado a Dios.

Llevamos ya cinco décadas sin contemplar un suceso similar en la música, pero no ha habido día en el que el género no sufriese algún pequeño cambio. Se siguen oyendo en las radios (en algunas más que en otras) a los grandes de la historia: a Chuck Berry, a Elvis, a Aretha Franklin, a Nina Simone. Los Beatles, los Rolling, Dylan, Bowie, Knopfler, Bruce Springsteen, Eva Cassidy, Queen… Todos los habidos y por haber. En España se podría decir que el rock empezó con un Rosendo que, para pena de muchos, se retirará en que termine su última gira este mismo año. Al de Carabanchel lo siguieron Extremoduro y Barricada, entre muchos otros, y los últimos años del rock más purista han pertenecido, sin duda alguna, a Marea, Fito, Héroes o unos M Clan con voz de Tarque, que debuta en solitario estos días.

Con la llegada del milenio, la educación musical se ha extendido rápidamente en la juventud, en pos de una búsqueda de nuevos sonidos, de nuevas formas de entender la creación. Grupos como Vetusta Morla, Izal o La maravillosa orquesta del alcohol se han consolidado como la nueva generación de grupos independientes, llevando a las listas de éxitos un género que, a opinión personal, resulta tan chicloso como descafeinado: el Indie pop.


SILOÉ


Las canciones se sostienen por sí solas a guitarra y voz, pero los sonidos actuales que las decoran les aportan un toque único, la chispa que necesitan para subirse a un escenario, pisar fuerte y decir: «Esto somos nosotros».

Técnicamente, dentro de este género se encuentra el grupo, aunque tengo mis dudas. Se dice que, a caballero nuevo, caballo viejo. Precisamente así se podría describir a Siloé, un dúo fundado en 2016 por el vallisoletano Fito Robles, uno de los pocos músicos españoles becados en la Berklee College of Music, que ese mismo año lanzó, con grandes resultados, La Verdad, un álbum de diez canciones dignas de merecer. Sus letras poéticas y complejas, cargadas de sentimiento y crítica, con un trasfondo filosófico-religioso muy pero que muy interesante, los arreglos que corrieron a cargo de Xavi Road, productor y guitarrista de corte psicodélico, y que llevaron los temas a un nivel totalmente diferente o la actitud en sus interpretaciones en directo, hacen que el dúo camine entre la novedad y la tradición con equilibrio perfectamente estudiado.

Con su energía, recuperan las raíces que dejaron los grandes músicos del siglo pasado, el rock más crudo, el que se siente desde dentro. Las canciones se sostienen por sí solas a guitarra y voz, pero los sonidos actuales que las decoran les aportan un toque único, la chispa que necesitan para subirse a un escenario, pisar fuerte y decir: «Esto somos nosotros».

Tras La Verdad, publicaron una sesión en acústico al año siguiente, titulada La Verdad al desnudo, que recuperaba seis de los diez títulos y los acercaba a la canción de autor, con un formato minimalista que no aspiraba a las listas de éxitos, pero que no deja indiferente a nadie.

Finalmente, a principios de 2018 aumentaron su haber con otro álbum: La luz.



Promoción de La Verdad, primer disco de Siloé
Promoción de La Verdad, primer disco de Siloé

EL DISCO


Portada de La Luz | Siloé
Portada de La Luz | Siloé

la producción


La producción de La Luz es, a todas luces, sublime. Sencillísima en cuanto a instrumentación, pero de gran complejidad musical. La mayoría de los temas están montados con la guitarra eléctrica de Xavi, que nunca suena a guitarra eléctrica, la voz y la Gibson de Fito, una batería y un bajo. Unas cuerdas por aquí, algún sintetizador por allá y a grabar. Pero no hay momento de la canción vacío.

En producciones de este tipo, tan completas pero tan pastosas, puede ocurrir que la información llegue al oyente tan difuminada que se vuelva un auténtico esfuerzo terminar el disco. Con La Luz no pasa eso, cada instrumento suena cuando tiene que sonar, acompañando como se debe una voz potente que dirige la expresión de los temas por sí sola.


Las canciones


El disco abre con Cerezos, sobre un Si menor constante y un cromatismo de bajo que se repite hasta el estribillo. Lo que parece un sintetizador (con Xavi nunca se sabe) va subiendo la energía de la canción sutilmente, acaba la primera estrofa, un estribillo que rompe y vuelve a caer todo en la segunda estrofa. Luego el estribillo, y a partir de ahí la canción no para de potenciarse. En cuanto a la letra... No sé, cada canción es digna de análisis, pero me eternizaría demasiado... El disco entero se basa en la visión de la religión de Fito Robles, pero la capacidad que tiene de plantear sus dudas en las canciones y transmitir esa angustia que siente el que no sabe al darse cuenta de eso con la música es brutal.

Tal como sucedió es más personal, más tranquila. «Sujétame la boca y átame los pies... No me mires, no me mires». Una canción romántica (o no) que sirvió de single para el disco, y en la que la voz cobra un papel mucho más importante, alejando la instrumentación del primer plano.

La sigue La Niebla que, a mi parecer, es una de las mejores del disco. Es una mezcla entre las dos primeras, remarcando esa potencia en la voz que nunca falta en sus discos. Es curioso el late motiv del bajo durante las estrofas, un motivo que lleva empasta la canción con un toque de rock and roll más visceral.

Jamás quizás sea la canción que menos atención recibe de todo el disco. La mitad de la escucha siempre es la más arriesgada, aunque eso no quiere decir en absoluto que sea una mala canción. Recupera la temática filosófica de Cerezos, esta vez con una guitarra mucho más dura, con un final totalmente disonante que rememora los grupos psicodélicos británicos de final de siglo, un elemento diferenciador que te hace retomar la atención en el disco (en caso de que la hubieses perdido, claro está).

Y, como en todo disco, tiene que haber una balada. Esa es Atlas, una canción semiacústica donde Fito saca su voz más melosa. Guitarra acústica y voz para un lamento de cuatro minutos que, escuchado con atención, sobrecoge, con una atmósfera a base de reverberación que recuerda a los cantos gregorianos.

La Calma, pese a su nombre, nos saca de la burbuja en la que nos sume Atlas, con un bajo pesado y un charles acentuando. La letra, una anáfora constante («me refiero», en la primera estrofa, «quiero», en la segunda) que deja claro el espíritu crítico de Fito. En cuanto a la música, varía un poco, dando mucho protagonismo a la voz en un comienzo y terminando en un colchón instrumental tras un crescendo bastante (muy) potente.

Llega entonces la canción que da nombre al álbum. La Luz es, sin lugar a dudas, la canción mejor producida de todo el disco. Puede gustar más o menos, pero juega con la mente del oyente. Comienza con el sonido de una puerta abriéndose, cortado por una guitarra muy reverberada que transmite la sensación de aire saliendo de un lugar cerrado. Se contrapone la calma de la voz sobre un sintetizador muy suave durante dos compases con la potencia abrumadora de la banda completa durante otros dos. Tras terminar de cantar la estrofa, se unifican en un estribillo que alcanza el clímax de la canción y vuelve a relajar al máximo. Es una canción para escuchar con los ojos cerrados y de pie, para dejar que el cuerpo se mueva por si solo.

Continúa con Sueños Ligeros, otra balada. Fito estudia su registro más grave, variando entre octavas y subiendo la canción por si mismo, con la única compañía de un sintetizador y un par de guitarras muy suaves. La batería entra entonces y la canción va cogiendo fuerza, culminando con un cambio de tonalidad que consigue que una canción que no crece tanto como las demás no se haga aburrida en absoluto.

Fito dijo en una entrevista que Para Mis Hermanos era la canción que más le gustaba del disco. En cuanto producción es muy similar a La Luz, pero mucho más difuminada, sin altibajos. La letra, sin lugar a dudas, es de mis favoritas y, en efecto, se nota en la voz una expresividad mucho más intensa que en el resto de canciones.

Y la última es mi canción favorita, para qué mentir. Guerra y Caridad empieza con un riff al más puro estilo rock clásico de los setenta que, contra todo pronóstico, mantiene la personalidad del grupo. Regresan los altibajos en la instrumentación, apoyados en el estribillo por la batería más pesada del disco. La letra, por si fuera poco, transmite una rabia en la lengua de Fito que mantiene al oyente tenso durante toda la escucha, con un detalle bastante interesante: Prácticamente toda la voz está cantada en dos octavas paralelas pero, al tratarse de interpretaciones diferentes, no coinciden dando esa sensación repelente que dan las octavas paralelas, sino que transmite un descontrol, tan bien controlado sin embargo, que hace de la canción una auténtica joya.


CONCLUSIÓN


Eso no quiere decir que sea un disco para intelectuales: El hecho de no entender la letra no impide que la vayas a cantar sí o sí.

Este disco es digno de merecer. La primera escucha es complicada, las letras son pantanosas y cuesta sentir predilección por una canción en concreto. Es un disco para analizar y disfrutar una vez comprendido. No es bailable, es entrañable. Lo bonito de él reside en desmontarlo y saborearlo poco a poco, como un buen libro de poesía. Eso no quiere decir que sea un disco para intelectuales: El hecho de no entender la letra no impide que la vayas a cantar sí o sí.





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