INTRODUCCIÓN
Se introdujo en el mundo cinematográfico allá por 1993, cuando escribió el guión de la película To the Starry Island, de Park Kwang-su. Sus andanzas como director no se hicieron esperar, y en 1997 se publicó la primera película con su firma: Green fish.
Y desde entonces no ha parado. Con cinco películas en su haber (la última, Poetry, de 2010, ganadora del Premio del Festival de Cannes al mejor guión, de los Grand Bell Awards a la mejor película y nominada a los Oscar a mejor actriz -Yoon Jeong-Hee-), Lee Chang-Dong ha permanecido en las sombras durante ocho años para estrenar, el pasado 17 de mayo, un drama de misterio que poco pie deja a las malas críticas: Burning.
SINOPSIS
Al momento de hacer una entrega, Jongsu (Yoo Ah In), un joven mensajero residente en Paju, se encuentra por casualidad con Haemi (Jeon Jong-seo), una antigua compañera de clase y vecindario. Tras retomar la amistad, la chica le cuenta de su viaje a África y le pide que cuide a su gato hasta que vuelva. A su regreso, Haemi le presenta a Ben (Steven Yeun), un joven misterioso y con dinero que conoció durante la travesía. Un día, Ben revela a Jongsu un pasatiempo tan extraño como inquietante: quemar establos.
OPINIÓN
El cine sur coreano se ha establecido, lentamente pero sin pausa, como uno de los más aclamados por la crítica, y con razón. Alejado en todo momento de los cánones comerciales americanos, camina por senderos mucho más personales, dirigiéndose, también, a un público mucho más concreto.
El largometraje de Lee Chang-Dong es digno de merecer: ciento cuarenta y ocho minutos de cinta contando, con exactitud y algún que otro añadido, la docena de páginas del relato de Murakami a la vez inspirado en el homónimo de William Faulkner, premio Nobel de Literatura. Como tal, es notablemente lenta. Eso sí, no lo parece.
Lee Chang-Dong sitúa a sus personajes en el mundo de la amarga felicidad, en el epicentro del consumismo más atroz. De la falsa calma. Apela en todo momento a la subjetividad e interpretación del espectador con dos cuestiones que quizás sean lo único evidente de la película: Qué está pasando en la historia y qué está pasando en el mundo.
Y con esas dos preguntas y ninguna respuesta, emprende un largometraje que más parece un poema de Rilke que una película. Y es que, como decían desde fotogramas.es, Lee Chang-Dong es un maestro de la elipsis poética.
Ya desde el comienzo, el director muestra, con cruda elegancia, el alcance de la obsesión, de los celos, del miedo, de la atracción, de las propiedades y, sobretodo, de la confianza. Ben, muchacho tan apuesto como adinerado, símbolo de la deshumanización de las personas, absorbe a Haemi, una joven perdida en la vida cuya familia la ha dejado de lado por sus deudas y, con ella, a un Jongsu enamorado de ésta, en un trío de falsos amigos que pronto se torna negro.
La ficha técnica dice que es un drama de misterio, sabes que Ben oculta algo. Sabes que algo no cuadra desde que dice que gana dinero haciendo algo que le divierte pero no quiere decir qué. Un gran Gatsby, en palabras del protagonista. Lo sabes desde que le dice a Jongsu, mientras Haemi duerme tras haber bailado desnuda para el sol, fruto de los psicotrópicos, en una de las escenas más enigmáticas, más bellas y más potentes de toda la película y quizás, del cine reciente, que vive de quemar invernaderos abandonados. Y luego Haemi desaparece. Y Jongsu sigue vigilando los invernaderos que Ben decía iba a quemar ese mes. Y ninguno aparece quemado. La locura atenaza al protagonista y el malestar a un espectador que sabe lo que ha pasado pero se niega a aceptarlo.
¿Cuál es, entonces, el mérito del director?
Nada más y nada menos que consigue que no te lo creas. La evidencia de la que el espectador se da cuenta a mitad de cinta se vuelve más y más explícita y éste sigue sin querer creerlo. Y después, como es evidente, llega el final, que rompe con absolutamente todo y, lejos de aliviar, como sería normal después de toda la trama y de la acción última de Jongsu, tan humana como amoral, no hace que acrecentar las preguntas.
Y es que Jongsu quería ser escritor y se estaba obsesionando con quemar establos. Y también con Haemi. Pero quién sabe dónde termina el argumento y empieza la paranoia.
CONCLUSIÓN
Dudo que alguien, a parte del equipo técnico y del propio director, comprenda, sin lugar a dudas, la conclusión final de la obra. El quién es quién y el quién ha hecho qué. Lo dudo mucho.
Pero una cosa es segura, es la intención de la película, la intención de semejante poema visual de larga duración. Y lo consigue con creces.
Con un apartado técnico maravilloso, una fotografía y una actuación que no tienen nada que envidiar a las de ninguna película de mayor presupuesto y un simbolismo que abruma, tiene tantas interpretaciones posibles como papeletas para convertirse en una de las mejores películas extranjeras de la temporada. Sin duda alguna, uno de los mejores filmes de la cartelera actual.
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