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LA SOGA (1948), ALFRED HITCHCOCK



Portada de La Soga (1948), de Alfred Hitchcock
Portada de La Soga (1948), de Alfred Hitchcock

INTRODUCCIÓN


Cuando te decides a ver una película que lleva por firma la del director Alfred Hitchcock, te decides con seguridad a ver una auténtica obra maestra del cine universal. Sus películas no dejan a nadie indiferente y, desde luego, Hitchcock tiene ganadas tanto la fama como el reconocimiento en vida y en muerte. La claustrofobia en la escena de la cabina telefónica en Los pájaros (1963), que cambió nuestra forma de ver a esos pequeños seres con alas, o el terror que nos brindó la ducha, con Janet Leigh dentro, en Psicosis (1963) son algunas de las escenas míticas que marcaron el rumbo del cine de terror y que rara vez, por no decir nunca, han sido superadas. Y cómo olvidar sus incontables pero invisibles cameos en cada una de sus películas, técnica más tarde resucitada por directores tan dispares como Tarantino, Cameron o Scorsese. Sin ninguna duda, lo que Hitchcock aportó al cine es inconmensurable, y por algo se le sigue reconociendo el mérito a día de hoy, treinta y ocho años después de su muerte.

Pero ¿qué pensar de una película anterior a las antes nombradas, anterior a La ventana indiscreta (1954), que el propio Hitchcock calificó de experimento fallido?


SINOPSIS


«[…] La película se desarrolla con un tono insulso […]», escribía el año de su publicación Bosley Crowther para el New York Times, a riesgo de tirar por tierra una futura joya del séptimo arte como iba a ser La soga (1948).

El profesor Rupert Cadell (James Stewart) sostiene una teoría sobre el asesinato que tiene tanto de personal como de sádica: Éste, aunque desgracia para muchos, es un privilegio para unos pocos. Bajo esta visión, y no sin deformarla bastante, dos de sus alumnos, Brandon (John Dall) y Philipp (Farley Granger) deciden asesinar con una soga a un amigo con el único fin de cometer el crimen perfecto. Tras esconder el cadáver en el arcón de su propia casa, conciertan una fiesta con los padres y la novia del muerto, el exnovio de ésta y el propio profesor Rupert.



Página del New York Times donde apareció la crítica
Página del New York Times donde apareció la crítica | Hemeroteca del New York Times


OPINIÓN


Y es que, tras el velo absurdo y simple que cubre el argumento, se esconde un trasfondo filosófico, y también un despliegue técnico, realmente espectacular.

Ochenta minutos de plano secuencia dentro de la casa de Brandon, durante los que Hitchcock mezcla el suspense, el debate filosófico, las atracciones personales entre los invitados y la comedia. Realmente, Crowther no mentía respecto al tono de La soga. Tiene un tono insulso durante toda la filmación. Pero es ahí donde reside la maestría de la obra, en mitigar algo tan serio como es la vida humana hasta reducirlo a un juego entre unos pocos. Pero no como lo reducen en otras películas, hasta conseguir un morbo enfermizo bañado en sangre. Lo reduce con una finura que poco a poco, pese a aborrecer la mala saña de Brandon, va convenciendo. Las continuas bromas del sádico protagonista en torno a la muerte del desaparecido David Kentley (Dick Hogan), que contra todo pronóstico no ha reportado a nadie que no acudiría a la fiesta («claro, está muerto») son tenebrosamente macabras, por no hablar de la importancia que tiene la propia soga, de tan apenas un metro de largo, durante toda la cinta (obligatoriamente resaltable es la escena en la que la emplean para atar unos libros para el padre Kentley, un auténtico clímax de perversión, de auténtica locura, difícilmente repetible).


Por otra parte, la evolución es, en los libros, sobre todo, una característica que puede marcar la diferencia entre la calidad y la nimiedad. En cine es si cabe aún más compleja, debido a la escasa duración de un largometraje. La evolución de los personajes en esta exigua hora de película es realmente espontánea, en absoluto forzada, sublime. Brandon se consagra como el sádico egocéntrico, que sin embargo flaquea a cada minuto que pasa. Se analiza en la película la deformada concepción del superhombre de Nietzsche que tenían los nazis, creando un paralelismo singular con la teoría de Rupert (teoría que, por cierto, el propio Rupert explica en profundidad al final de la película). Y mientras tanto, Philipp termina por venderse al licor para tratar, de mala forma, de no gritar delante de todos lo que ha sucedido. Finalmente, Rupert demuestra con sus dotes el porqué de su reconocimiento como criminólogo.


En definitiva, una auténtica obra maestra. Un film que, sin embargo, no recomendaría a un público demasiado joven (hasta los catorce o quince años), sino a uno más maduro que sea capaz de captar todos los detalles y de analizar, además, los paralelismos presentes en la filosofía general.



Retrato de Alfred Hitchcock, por Studio Publicity Still, Dr. Macro
Alfred Hitchcock | Dr. Macro

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