La larga espera, de J. S. Roy, ha sido finalista en el IX Premio Internacional de Novela «Alcorcón Siglo XXI».
INTRODUCCIÓN
Han pasado casi trescientos años desde que el ilustrado Voltaire escribiese Zagid, primer cuento de misterio considerado como tal en la historia de la literatura. Desde entonces, el género no ha hecho más que evolucionar. Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle o Agatha Christie son algunos de los mayores representantes de éste. Pero hay una incógnita que se me atraganta: «¿Cómo puede ser que la novela de misterio siga funcionando a día de hoy, en pleno 2018, tras tantas idas y venidas?»
La sombra del viento, El nombre de la rosa o La verdad sobre el caso Harry Quebert pueden resumir, de forma tan desordenada como cohibida, lo que significa en el siglo XXI la palabra misterio, para bien o para mal. Novelas que, por x o por y, han conseguido sobresalir por encima del resto. Resto que, por cierto, tiende a bucear en los estereotipos que lo condenan al olvido.
Pero no todo van a ser fracasos. La literatura no está ni muerta ni relegada a las manos de unos pocos… Y menos mal, porque perderse joyas noveles como La larga espera, de J. S. Roy, sería, cuanto menos, un final trágico para los que se pierden entre la espesura de una estantería de novedades.
EL LIBRO
Dividido en dos mitades, cuenta la historia de Louis, magnate propietario del periódico más influyente de París, que un 9 de mayo recibe un nefasto telegrama donde se le avisa de la muerte de un antiguo amigo, John Boudle. A partir de entonces, París se transforma en el escenario de una novela que tiene tanto de realista como de sobrenatural.
No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación. -Confucio, citado en La larga espera.
La primera parte de la novela, qué decir tiene que desde el minuto cero, muestra la capacidad del autor para construir acertadísimas descripciones, personalidades reales o los cimientos de una historia sólida acompañada de una sutil carga política, nos sumerge en ella y alimenta las teorías del lector, los porqués y la imaginación de éste. Nos presenta a los personajes, a Mademoiselle Bellevie, la secretaria de Louis, a Monsieur Dugès, guardaespaldas del protagonista y antiguo convicto, a Cristophe, artista y pareja de Louis y al detective Levallois, entre otros.
La segunda nos lleva hasta Laruns, pueblo del sur de Francia en el que Louis se enfrenta a la incógnita de su pasado y a sus (y nuestros) miedos. La novela da un giro de ciento ochenta grados, como tomando las riendas de un carro apresurado, donde la acción va acompañada de una redacción sublime.
LO BUENO
J. S. Roy no deja ningún cabo suelto. Busca una historia que sumerja al lector en las páginas que tiene delante, y lo consigue sobradamente inundando los párrafos con la Ciudad de la luz. El paseo por París es abrumador, hasta el punto de sentirte dentro de la propia ciudad. El Palacio del Elíseo, el Jardín de Aclimatación, el cementerio Père-Lachaise, donde da comienzo la pesadilla o el Boulevard Montmartre son algunos de los muchos monumentos parisinos que toman el protagonismo de la historia durante algunas páginas. Lo más destacable es la personalidad de la propia villa. No se trata de una importancia tosca, reciclada. Roy no enumera los lugares más importantes de la ciudad, no. Cada monumento, cada calle, tiene un significado de lo más sorprendente, desde el cementerio, tierra bajo la que yacen, como curiosidad, decenas de artistas y periodistas consagrados, y sobre la que se reúnen por primera vez Louis y Cristophe, periodista y artista, respectivamente, hasta el Boulevard, donde aparece, desde el primer momento y ante nuestras narices, el objeto que conectará absolutamente todos y cada uno de los sucesos que se producen en la obra.
Por otra parte, cabe destacar la agudeza con la que se sitúa la acción, envuelta en referencias históricas en las que, ya sea directa o indirectamente, han estado implicados los protagonistas. Y he de recalcar la importancia de ese «indirectamente». No es trivial ni forzada dicha implicación.
Tampoco se trata de una novela imberbe, sin contenido, de usar y tirar. He nombrado antes la carga política y filosófica de ésta. Si bien no es lo mejor de la obra, pues no deja de ser un complemento de ella, sí es un detalle a destacar. La apología a la libertad y el respeto mutuo es sutil pero sólida y, salvo en algún pasaje concreto, casa sin enmarañar ni el contexto ni el transcurso de los hechos.
Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama. -cita del libro Crimen y castigo, Fiódor Dostoyevski, que aparece en La larga espera.
Hasta aquí todo perfecto. Una novela primeriza, de calidad, con numerosos aciertos. Pero todo cambia en la segunda parte.
Louis se va a Laruns y conoce a Madame Morvan, su tía, al padre Albrun y a Adrien, hijo adoptivo de Madame Morvan, un muchacho invidente que, como quien no quiere la cosa y hablando por las justas, va mostrándole a Louis las claves para derrotar aquello que lo acosa. Y no, Adrien no es como el pequeño Cole en El sexto sentido, simplemente personifica la inocencia de la infancia.
Esta segunda mitad es absolutamente magnífica, J. S. Roy es capaz de mantenerte pegado a la silla igual que una buena película de suspense. ¿Recordáis esa sensación en las persecuciones de Tiburón, de Spielberg? Pues es algo así pero en papel. No tiene pérdida. Un centenar de páginas de acción creciente sin un clímax visible.
En esos casos, el autor camina siempre cerca del precipicio, pudiéndose caer en cualquier momento. J. S. Roy no se cae, termina magistralmente la novela.
En esos casos, el autor camina siempre cerca del precipicio, pudiéndose caer en cualquier momento. J. S. Roy no se cae, termina magistralmente la novela.
Pero sin duda alguna, el mejor y más diferenciador detalle de toda la novela es el narrador en segunda persona. Gradualmente, el narrador omnisciente va tomando forma humana, dirigiéndose directamente al lector e implicándolo en los hechos, de forma que se refuerza aún más la sensación de cercanía que el autor obtiene con las descripciones de los escenarios. Tanto es así que se acaba convirtiendo en un enlace para lo que podría ser una futura secuela, pues éste sufre el mismo destino que Louis. El narrador resulta ser el nieto de Lucien Flamcourt, soldado ascendido a general que salvó la vida de Louis al encontrarlo vagando alrededor del castillo de Espalungue, donde finaliza la trama. A vista personal, me ha parecido algo digno de destacar, una forma de redacción que cada día se ve menos pero que, cuando se encuentra en una obra, se da una grata sorpresa.
LO MALO
Esta vez no estoy reseñando un clásico de la literatura, que está donde está precisamente porque roza la perfección, estoy reseñando una novela primeriza, y es evidente que algún fallo iba a tener.
Quizás lo que más me ha chocado se encuentra en la primera parte, donde la redacción es más profunda y, por ende, conlleva más riesgos. Mientras que en la segunda mitad la acción es individual y frenética, con un Louis ya orientado y enfrentándose él sólo a su futuro, la primera tiene un esquema realmente complejo, con varios frentes simultáneos abiertos, donde el autor, a fin de evitar la eternización que sumiría la novela en un posible atolladero, recorta unas pocas escenas donde la acción es más flagrante, dando lugar a reacciones en los personajes que, si bien son coherentes al razonarlas en frío, dan una primera impresión de producirse demasiado rápido. Ocurre algo similar con la actitud de los protagonistas, que pueden pasar del mayor estrés a una tremenda calma en cuestión de minutos.
Cabe destacar, eso sí, que estos casos son contados, los he podido apreciar en tres o cuatro pasajes y, para qué mentir, están rodeados de tantas escenas maravillosas que a lo que has pasado de hoja ya ni te acuerdas.
CONCLUSIÓN
La novela de J. S. Roy es una novela que rompe, en literatura al menos, con el paradigma de Jorge Manrique. Nos demuestra que los nuevos tiempos también merecen la pena y que, aunque sea totalmente necesario indagar en las grandes obras del arte universal, darse un respiro para disfrutar de los aprendices que quizás un día marquen el futuro como maestros puede ser algo verdaderamente enriquecedor y placentero.
La larga espera es una novela totalmente recomendable, que supera con creces muchos de esos «libros bomba» que, pese a los rankings de ventas, están exentos de calidad real.
Merece, sin duda, una oportunidad de ser leído, porque no da pie a decepción.
Esta reseña forma parte de la Iniciativa Ningún Autor sin Reseña (pincha aquí para saber más sobre ella)
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